Entre 1961 y 1984, la URSS lanzó 28 sondas hacia Venus. Solo 16 merecieron el nombre de Venera (Venus, en ruso) al cumplir parte de su misión. Trece penetraron en la atmósfera. Diez lograron aterrizar.
Una tras otra, sucumbían al infierno, pero los escombros de cada Venera dejaban tras de sí datos valiosos (una atmósfera que corroe, una presión que aplasta, una temperatura que funde) que los ingenieros usaban para mejorar la siguiente.
Desde Venera 7, algunas sondas resistieron unos minutos en la superficie. En ese breve lapso, midieron, fotografiaron y escucharon. Registraron la química, el paisaje y hasta la voz de un planeta que se resistía a desvelar sus secretos.